Existir a través de la imagen
Philomena no es una obra menor, a pesar de que a simple vista sí lo parezca. Es un típico drama inspirado en hechos reales, bastante inofensivo pero muy bien contado por su director, el gran Stephen Frears (The Grifters, High Fidelity, The Queen, entre otras), quien también se apoya en un excelente montaje, una hermosa banda sonora a cargo de Alexandre Desplat, y una monumental actuación de Judi Dench, estos dos últimos nominados al Oscar por sus trabajos.
Cuando hay tantos elementos bien desarrollados, difícilmente el
resultado final sea malo. Con esta película pasa que cuesta entrar en la
historia, por un comienzo muy lento, ya que lo más valioso está a
partir de la mitad, cuando los dos protagonistas logran una conexión. Y
en esto último cabe remarcar también el trabajo de Steve Coogan, quien
además produjo y coescribió la adaptación a la pantalla del libro en que
se basa la historia. A pesar de quedar opacado por la actuación de
Dench, Coogan logra un papel muy convincente que transmite muy bien las
diferencias de personalidad entre ambos personajes.
Quizás lo que está demás en la historia es la excesiva cantidad de
referencias a la “ignorancia” del personaje de Dench, quien encarna a
una amigable anciana que se encuentra perdida por el misterio del
paradero de su primer hijo, el que le fue arrebatado cuando ella era
joven. Philomena tiene algunas escenas que deslumbran por la claridad
con la que encara los hechos, y otras en que luce como una mujer
completamente desorientada e incapaz de seguir adelante, algo que va a
contramano de la fortaleza con la que siempre se planta ante las
situaciones (sobre todo en el desenlace de la historia). Las constantes
discusiones con el personaje de Coogan –un periodista venido a menos por
un conflicto en su anterior trabajo como asesor del gobierno-, si bien
nutren la química necesaria para que la trama fluya, por momentos peca
de demasiado dispar y atenúa demasiado las diferencias culturales de
ambos.
Dicho esto, la película funciona excelentemente como una crítica a
las formas de operar de la iglesia católica, el periodismo y el
conservador partido republicano de Estados Unidos. Esta última bajada de
línea política no es más que un factor que respeta los hechos que
realmente ocurrieron en los noventa y son mencionados en el libro del
periodista Martin Sixsmith (el personaje de Coogan) en el que se basó el
guion, y no tanto como una visión del realizador. De hecho, la denuncia
más fuerte que hace la película es el tráfico de bebés en los
conventos, no sólo de Irlanda -como pasa en la película- sino en muchas
otras partes del mundo.
Pero lo que más se agradece del film, además del papel de Dench, es
el ya mencionado montaje. Si la historia no hubiera sido montada de esta
manera, sería una película insoportable de ver. La ruptura de la línea
narrativa para intercalar imágenes de la vida del hijo de Philomena (que
hacia el final nos enteramos de dónde vienen, con una conmovedora
escena) es un acierto total desde el guion hasta la edición de esas
imágenes en 16mm y 8mm.
No es una película gigantesca, ni es la mejor de Frears, pero se deja
ver por el ritmo que va tomando conforme avanza la trama y, por
supuesto, gracias a una impresionante actuación de Judi Dench, quien se
roba todas las escenas en que está. Las imágenes con las que se
reconstruye el personaje buscado además sirven como reflexión sobre las
revelaciones del ser humano en su encuentro con lo que hay en la
pantalla: la cámara –tanto de foto como de video- es al fin y al cabo
nuestro boleto a un viaje en el tiempo, un instrumento de inmortalidad.
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