Alexander Payne es uno de los tipos mimados de Hollywood hoy en día.
Película que hace termina nominada al Oscar, gana alguno, le va muy bien
en la taquilla, y los actores se pelean para trabajar con él. En esta
última película suya pareciera como si, siguiendo en esa línea de hijo
pródigo, dejara todo eso de lado para buscar una nueva estética y una
nueva cara para contar básicamente lo mismo de siempre: un tipo
atribulado, que necesita cambiar de aire para reencontrarse a sí mismo.
Lo hizo con About Schmidt (¿es muy ambicioso decir que es la mejor actuación de la carrera de Jack Nicholson?) y con The Descendants (¿es muy arriesgado decir que es… la mejor actuación de la carrera de George Clooney?), y ahora lo vuelve a hacer con Nebraska
(acá sí es muy jugado decir que es la mejor actuación de la carrera de
Bruce Dern, pero… ¡quizás lo sea!). Pero, ojo, no es una fórmula
repetida hasta el hartazgo: ¡a Payne le sale bien! Y cuando algo sale
bien, hay que explotarlo con todo, siempre y cuando, y sólo siempre y
cuando sea con diferentes formas de contarlo.
Nebraska es una alternativa a la filmografía de Payne. En un
blanco y negro realmente no muy justificado pero que apoya muchísimo la
parsimonia de un relato casi estéril de sentimientos con la cámara, y
que contrasta a la perfección con la nula cantidad de matices por parte
de los personajes, la película pasea (nunca mejor dicho) por un feedback
magistral por parte de Dern y Will Forte. La relación padre-hijo es el
centro de la narración, a partir de la cual se desata una serie de
situaciones extremadamente cómicas, pero a la vez muy tristes. Payne
logra algo muy difícil: filmar la ignorancia, y con esto, explicar la
inocencia. La inocencia de un señor de tercera edad, senil y casi
devastado por el alcoholismo, y un principio de Alzheimer que le devora
los recuerdos con la misma facilidad que la monumental ingesta de
cerveza diaria lo hace con su hígado, personificado formidablemente por
Dern, quien logra crear un monstruo adorable del que cuesta no
compadecerse.
Nebraska es ese camino final, no sólo del recorrido de los
personajes, que deben ir a ese estado para retirar un supuesto premio
valuado en un millón de dólares con el que fue engañado el viejo Woody
Grant (Dern), sino también como metáfora del final de la vida. El premio
traza un paralelismo contundente sobre los “gustos” que nos podemos
llegar a dar a modo de aspiraciones en la vida, aun así ya no sean de
ningún tipo de utilidad. Y también, para aquellos que una vez llegados a
la meta se encuentran con la desilusión de que la vida no les tenía
preparado un premio, están los consuelos. Allí asoma la familia como
tesis final de Payne y el guionista Bob Nelson, ese inestable pero
recurrente abrazo reparador que sirve como el mejor motor para intentar
llegar a esa línea final.
Nuevamente tenemos la trama básica payneana (?): un hombre que
arrastra a su familia en un viaje interior, que se exterioriza con la
partida a otras tierras para buscar algo. Con About Schmidt, el
personaje de Nicholson buscaba algo más filosófico y espiritual, y eso
le terminó costando la partida de su esposa, mientras que con The Descendants
todo era más terrenal y simple, pero no por eso menos profundo, con la
pérdida de la figura sabia femenina también como detonante. En ambas
películas hay una crisis, como en la genial Sideways (2004),
donde los dos protagonistas van en dos direcciones opuestas pero también
buscan ese “algo” teniendo que ir a un lugar puntual los dos juntos.
Así, Payne ya se perfila como tal vez el mejor director de road movies existenciales del cine contemporáneo, y si bien Nebraska
es una nota discordante en cuanto a estética, no lo es en cuanto a la
narrativa, con un trabajo excelente con los actores (June Squibb se roba
las escenas en que aparece) y diálogos muy elaborados en cuanto al uso
del timing. Los personajes de Payne son buscadores de tesoros que
antes no pudieron encontrar en sus vidas y deben salir a buscar
llevando todo su bagaje con ellos, todas sus cosas, recuerdos y deudas. Y
nosotros somos los acompañantes privilegiados, una vez más.
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