Mi documental "A Fanatic By Choice"

viernes, 16 de abril de 2010

Cuentito: Comienzo de otoño

Manejo mi propio taller mecánico, gracias a Dios, desde el año en que cumplí los veinte y la vida se llevó a mis padres en un lapso de nueve meses. Primero fue mi padre, Aurelio, que no soportó el cáncer de garganta y terminó siendo acompañado meses más tarde por su amada Melina, que se entregó a la tristeza y el dolor de no tener más consigo al hombre que le dio todo en sus casi veinticinco años de casados.
Pero no quiero contar mi historia de vida, ni la de mis padres, que en paz descansen. Les quiero hablar de un episodio que tengo en la memoria desde hace bastante (ya no recuerdo cuánto tiempo pasó) y que no me permite pegar un ojo desde entonces.

Yo vivo en un barrio muy tranquilo, donde todas las casas son iguales, exceptuando las flores del jardín de la señora Fernandez Casal, pero bueno, no voy a hablar de su atractivo jardinero tampoco... Como les decía, una tarde me encontraba yo trabajando, como siempre, en la monotonía de mi taller, del monótono vecindario en el que vivo desde hace ya sesenta largos y monótonos años, cuando, como siempre, el pequeño Tomás se sentó en el cordón de la vereda con sus dos camioncitos y ese muñeco del astronauta de esa película de juguetes que nunca recuerdo el nombre. Ese muchachito era increíble. Su imaginación era insólita para alguien de su edad (calculo que tendrá nueve o diez años). Él siempre venía a hacerme preguntas sobre tecnicismos mecánicos, como, por ejemplo, si se podía construir una nave espacial con elementos de un taller, para viajar a la estratósfera en una cápsula como la de la perra Laika. También me preguntaba cosas como si el metal resiste el cambio a la gravedad cero, o si yo era capaz de construirle un tanque de helio. El chico realmente quería hacer volar su muñeco.
Yo, por supuesto, le contestaba acorde a la ingenuidad de los chicos de su edad. Pero nunca me imaginé que él podía llegar tan lejos. Insisto, el quería hacer volar su muñeco a toda costa. Cueste lo que cueste.

Nunca voy a olvidar aquel 20 de marzo. Ese otro chiquito, Arturo, hijo de padre militar y madre fisicoculturista, se le acercó a Tomás, eufórico, comentándole que habían encontrado algo con Dalila (otra niña del vecindario) en la zanja del señor Harrison, un gringo que nos cobra para que podamos tirar nuestra basura en el pozo que tiene en el patio trasero de su casona vieja y destartalada. Juraría que Tomás me miró de reojo por una milésima de segundo antes de responderle a su amigo y salir corriendo hacia lo del viejo Harrison, al final de la calle Piedras Blancas, en el fondo del barrio.

Era de siesta. Aquí siempre se durmió desde después del almuerzo hasta la hora del té, por que es un barrio privado, y la gente de oficina trabaja de día y descansa el resto. Como yo mantengo (o mantenía) mi taller abierto todo el día, porque de eso vivo, era el único del barrio que conocía la vida 'siestera' de la zona, así que -como se imaginarán- ¿a quién regañaban las madres si sus mocosos traviesos se metían en problemas o les pasaba algo? Por supuesto, al viejo Joaquín del taller mecánico. Por cierto, se preguntarán qué hace un taller mecánico en un barrio privado... esa es otra historia, pero les advierto que mis padres llegaron primero.

Como les decía, estos chicos salieron corriendo a toda velocidad, gritando sobre su gran hallazgo. Hay dos cosas que no pueden terminar bien por aquí: una, que tres niños encuentren algo en esa zanja podrida; y dos, que un niño con las ambiciones delirantes del pequeño Tomás sea uno de esos tres. Así que crucé la calle y toqué el timbre de la señorita Crauss, para advertirle que su hijo se fue por ahí con el perturbado Arturito y la prematura Dalila, hija de una streaper y un padre ausente. Me atendió la mucama, diciéndome que los padres de Tomás habían salido un momento, y que les haría saber de la travesura de su hijo. Yo le pregunté qué demonios hacía ella que no cuidaba del mocoso, cuando me cerró la puerta en la cara, no sin antes escupirme un enfadado "no soy niñera".

Con todo el tedio del mundo, tuve que perseguir a los tres chiquillos para asegurarme de que no les pase nada. No porque les guarde cariño (jamás, después de lo que me hicieron), sino porque no quería cargar con la culpa en el caso de que les pase algo que yo podía evitar. Me dirigí hacia la casa del viejo Harrison lo más rápido que el dolor de espalda me permitió (aún así soy muy rápido, ¿saben?). Noté que la puerta de entrada estaba abierta, así que fui directamente a hablar con él, ya que supuse que ante esa circunstancia los chiquitos no andarían metiéndose donde no corresponde. Golpeé las manos y él salió.
- Ey, Harrison, ¿no ha visto a tres niños jugando por aquí? - le pregunté, elevando la voz por su zordera arrastrada desde Vietnam y su flojísimo castellano.
- No... no visto niños - me respondió, indiferente.
- OK, gracias, hasta luego - dije, como para concluír la charla lo antes posible. Y de ahí decidí no hurgar en su zanja y volver a mi taller, que tontamente había dejado abierto ante el repentino acontecimiento.

Cuando volví, el taller estaba cerrado. Yo no recordaba haberlo hecho. Fui hasta mi casa (que queda unos metros a la derecha del taller) y noté que había barro en la entrada, así que temí lo peor. No es que sea miedoso, para nada. Es que a mi edad no se puede lidiar con ladrones, y mucho menos con unos pequeños maleantes.
Al entrar a la casa, oí pasos en la cocina, lo que me asustó aún más, porque confirmaba mis sospechas. Me quedé quieto buscando algo con que defenderme, divisando el fracaso ante la lejana opción de un paraguas. Caminé silenciosa pero rápidamente hasta la puerta de la cocina, donde estaba el paraguas colocado en un sesto. Con total cuidado comencé a asomar mi mano para retirarlo, cuando ante mí apareció una muchacha desnuda y con una máscara de gorila, riendo socarronamente. Ante semejante susto, caí hacia atrás y me golpeé la cabeza con el suelo, mientras ella bailaba una danza exótica y reía con sorna. A lo lejos, otras voces reían a los gritos y ruidos de herramientas se escuchaban claramente. Ahí entendí todo: era una maniobra de distracción para robar mis cosas del taller. Seguramente ese malnacido de Tomás lo había planeado todo con Arturito, y la mocosa desnuda ante mí era Dalila. Ella salió corriendo al ver lo rápido que me incorporé y salí a toda velocidad rumbo al taller para atrapar a esos bándalos. Pero se habían escapado por la ventana que da a mi patio trasero, riendo con mi caja de herramientas en mano, y Dalila cubierta con un toallón que Arturo le tenía preparado.

Llamé a la policía y luego fui a buscarlos a sus casas, pero no había nadie. Ni siquiera la mucama en lo de Tomás. Al volver a mi casa me di cuenta que habían entrado otra vez, pero esta vez para robarse el paraguas. La ira no me permitió hablarle con claridad al oficial, por lo que no tomaron en serio mi denuncia e incluso insinuaron que debía descansar mejor porque trabajo demasiado.
- Los vamos a vigilar... - me dijeron. Pero yo sabía que no era así. Son hijos de personas muy pudientes, exceptuando a Dalila.

Esa noche, cuando fui a dormir, no me los podía sacar de la cabeza. ¿Cómo una niña de 12 años puede tener ese cuerpo? ¿Cómo niños tan pequeños planearon todo eso? ¿Y por qué contra mí, y de esa forma tan macabra y perturbadora? Mi estupefacción no me permitió notar que, unos segundos antes, una muchacha con la máscara de gorila estaba parada en el umbral de la puerta de mi dormitorio. Asustado, me paré y me dispuse a perseguirla con un cenicero en la mano, sin reparar en nada. Al salir al pasillo, la vi bajando las escaleras hacia mi taller. Me detuve. Pensé que quizás estarían robándome otra vez, así que decidí llamar a la policía. Fui hasta el teléfono, pero lo encontré desconectado, con los cables rotos, y una notita que decía "ESTA VEZ NO".
Ya no cabía en mí mismo. Esos chiquitos estaban dementes. Me dieron palpitaciones y comencé a sudar en frío. Caí de rodillas, con un fuerte dolor en el pecho, y no pude hacer nada para evitar que un muchachito pase corriendo detrás de mí con una bolsa llena de más herramientas, y luego otro -tal vez Tomás- con una lata de pintura. Me desmayé.

Al día siguiente, en el patio de los Crauss, ese estúpido astronauta salió despedido de una catapulta. Se elevó unos treinta metros de manera espectacular, y lentamente descendió amortiguando su caída con la tela y los rayos de un paraguas negro y grande. Mirando a la nada con esa sonrisa petulante, caía lentamente junto con las primeras hojas de los árboles que sucumbían ante el cambio de estación.
Esa mañana, el médico dijo que no me altere más, y me aseguró que todo lo que yo había "soñado" me había causado una conmoción muy grande, pero no llegué al infarto. Sin embargo, a la altura de mi ventana acababa de pasar la prueba de que lo que me ocurrió no fue ni un sueño ni una pesadilla. Tampoco las siguientes noches, que siempre me amagan con ser imaginadas pero terminan materializándose en la espantosa (y muy real) risa burlona de la muchachita que se asoma por la puerta para comprobar que estoy durmiendo. Mi taller se vacía cada día un poco más, y yo me encuentro incapacitado para trabajar, por lo que el municipio me paga una jubilación prematura. ¿Cómo nadie se da cuenta de lo que esos mocosos hacen conmigo? ¿Cómo nadie nota lo llena que está la zanja de Harrison?
Juraría que Tomás me miró de reojo aquella tarde. Juraría que mis padres llegaron primeros a este vecindario. Juraría que otra vez acaba de asomarse por la puerta esa muchacha... ¡Odio su risa!

martes, 13 de abril de 2010

Ajami

Conflicto cruzado

Scandar Copti, nacido en el barrio del cual trata esta cinta, se juntó con Yaron Shani para conjugar una obra sin partidismos pero con fuertes reflejos religiosos, y así impregnar de política un relato complicado de seguir pero muy valioso a nivel artístico y cinematográfico. Copti -árabe- y Shani -judío- dirigen con mirada crítica la historia cruzada de varios protagonistas cotidianos del conflicto practicamente bélico entre las tres religiones que coexisten (o lo intentan) en la problemática Israel de los tiempos que corren, sin importar el toque posmodernista con que lo hagan.

Se le pueden atribuir muchos matices positivos a este film que sorprendentemente fue nominado al Óscar por mejor película extranjera (en un clarísimo acto diplomático por parte de la Academia), empezando por la calidad de los no-actores para revestir de realismo la trama, que pasea por tres o cuatro historias (seguras, no de las que tambalean en las excesivas dos horas de metraje) más tiradas a la tragedia griega que al dramatismo neorrealista que la crítica mundial le adjudica. Luego tenemos un trabajo de edición grandioso, que ayuda a que el espectador supere esa sensación soporífera de no poder abarcar todo el contenido -engorroso principalmente por la diversidad de lenguas, cantidad de datos lanzados al aire y de lugares comunes muy toscos-, y que tan bien ata cabos sueltos cuando ya entramos en los momentos decisivos.
Finalmente, lo más destacado es la reflexión compuesta por capas de diversas ideologías puestas adrede por los dos realizadores mencionados, también autores del guión, para que en un hipotético segundo visionado comiencen a aflorar los suspiros de asombro y conformidad. Pero claro, para ese entonces la cinta ya depende demasiado de la paciencia del que se sienta ante la pantalla para visionar/analizar el producto, quedando a medias entre la genialidad narrativa y la exasperación y el costumbrismo argumental.

Ajami (2009) se nutre de la habilidad del dúo de la dirección para definir un concepto crítico y neutral sobre la situación política en Israel, acotándose en el microcosmos del barrio del título para enmarcar una serie de historias que, si bien nunca terminan de compenetrarse del todo -a pesar de ese final tan magníficamente inesperado y desolador-, sirven de vidriera ejemplificadora, aún cuando todos sabemos que la situación no vaya a cambiar por muy bien que nos la cuenten.

domingo, 11 de abril de 2010

Amapola del 66 - Divididos

Regreso, nostalgia y gorrito coya

Ocho largos y especulativos años pasaron desde el desilusionante pero aún así potente último trabajo en estudio de Divididos, Vengo del placard de otro (2002). En ese lapso de tiempo, entre refritos, infinidad de shows, la partida de Araujo detrás de los parches y la llegada refrescante de Catriel Ciavarella, Ricardo Mollo y Diego Arnedo tuvieron tiempo para resignificar su sentido rockero y apostar por la mirada retrospectiva para componer un puñado de canciones machacantes, con estilo bien sesentoso (tal y como el título lo indica), plagado de referencias autobiográficas e históricas. Es así como llega a las disquerías Amapola del 66, un ritual coya lleno de funk del bueno, con guiños al grounge y la tonalidad Who, Zeppelin y, sobre todo, del gran Hendrix ("ríos de cuerdas que vienen de vos justo a mí corazón", en la canción homónima del disco).

El mayor cambio que se puede palpar en Amapola... es la lírica, ya que probablemente estemos ante el álbum con letras más obvias en toda la carrera de Mollo (incluyendo Sumo), dejando claramente atrás el legado spinetteano para permitir que varias generaciones se adapten al estilo lleno de mapas visuales que afirma el trío en este nuevo trabajo, incluyendo a esa camada de jóvenes a la que el guitarrista y vocalista hace referencia en su charla celestial con Luca Prodan en "Muerto a laburar" ("¡Ay, si volvieras acá no podrías creer que pasó!"), una canción que, además de recordar al ídolo de masas desde los '80 y otrora líder de Sumo, se dirige a todos esos eternos "semidioses" de la historia del rock que fueron inmortalizados por los fanáticos (léase Hendrix, Morrison, Barrett, Joplin, Cobain, e incluso Michael Jackson).

Se puede entender que en este nuevo disco los miembros de Divididos hayan querido expresar ese amor por el rock que mamaron en su adolescencia, así como Arnedo nos canta pastosa y nostálgicamente en "Avanzando retroceden", como suenan esos arreglos de guitarra y pasional lírica en la dinámica y explosiva "Mantecoso", o en la misma "Amapola del 66". Pero también podemos palpar una clara alusión a su propia discografía, en una sucesión de tracks que invitan al recuerdo retrospectivamente, empezando el itinerario con "Hombre en U" y "Buscando un ángel", ambos siendo reflejo de esa época en piloto automático entre el casi perfectamente sonoro Narigón del siglo (2000) y Vengo del placard de otro (2002); luego la fuerza de Gol de mujer (1998) en "Mantecoso", "Muerto a laburar", "Amapola del 66" y "La flor azul" (el cover del disco, interpretando la conocida chacarera de Mario Arnedo Gallo, padre del bajista); luego el misticismo rockero fusionado con el folklore propio de La era de la boludez (1993) en esa transición ancestral tan prodigiosa hecha entre "Senderos", "Jujuy" (ambas unidas por un poema del jujeño Churqui Choquevilca) y la más modernita "Caminando". El parate memorial para brindar por Led Zeppelin (más concretamente por "Starway to Heaven") aparece en la monumental "Boyar Nocturno", donde Mollo muestra que ni su voz ni su viola perdieron fuerza, sino al contrario, para luego saltar a la parsimonia ya mencionada en el tema interpretado por Arnedo -porqué no, una alusión a lo que dejó el Vivo acá (2004)-, y finalmente coronar el nuevo trabajo con la explosividad propia de Otroletravaladna (1994) con "Perro funk" y Acariciando lo áspero (1991) con el emotivo blues "Todos", dedicado a los chicos de la tragedia del colegio Ecos en Santa Fé.

Matizada por la esencia del trío, Amapola del 66 se consagra a sí misma como el elemento faltante para que, luego de una larga y criticada espera desde el último disco editado a principios de la década pasada, Divididos reafirme su apodo de "aplanadora del rock n' roll". Más allá de ciertos maniqueísmos para acoplar el producto al mercado que tanto reprochan en la filosofía de cada letra de los trece tracks que la componen, este es un trabajo sobrio a cargo de viejos peso-pesado que no temen amoldarse al universo del ringtone y el temporal para mostrarles (o recordarles) a todos quiénes son.


Calificación (del 1 al 10): 8

jueves, 8 de abril de 2010

Bipolar - Cuarteto de Nos

Dèjá vu egocéntrico

Después del clásico Raro (2006), Cuarteto de Nos vuelve a arremeter con letras hilarantes basadas en la manipulación del idioma y rimas pseudo raperas que se entremezclan formando verdaderos convoys líricos para una guerra de discursos (por muy absurdos que sean). La inmutable formación que viene causando estragos en Uruguay desde 1984, mantiene la línea comercial en la producción que los catapultó a la masividad a partir del anterior disco ya mencionado, para volver a incluír tics, gags y riffs (felicitame Roberto Musso) que de a poco se van convirtiendo en marca registrada y cortesía de la casa.

Bipolar no le rehúye al sintetizador, la cumbia barata made in Sudamérica, ni al cántico neoreggeatonero para expresarse. Esto podemos palpar en la olvidable "Mírenme", la interesante "Bipolar", y la anodina "Malherido", canciones que se resaltan sólo por el intento de innovación por parte de la banda dentro de su propia historia, por momento pareciendo niños jugando con cosas extravagantes. Es que Bipolar suena cansador, fantasioso, inverosímil, poco serio y algo experimental, por supuesto que esto último es lo mejor. Los deseos de autosuperación, consumados con una nueva camada de letras que hablan de "yo soy yo, soy esto, soy soy", conforman un disco desilusionante y repetitivo, dejando como único mérito la exaltación de Raro como el súmmum de la carrera de estos cuatro comediantes que hacen muy buena música, pero que no salen de la influencia cada vez más obvia y grotesca de Les Luthiers ("el que quiera celeste, que mezcle azul y blanco" en "Breve descripción de mi persona").

Se destacan las emociones que logran plasmar en "Miguel gritar", una auténtica terapia psiquiátrica a cargo de Musso en las violas y el desgarrador estribillo, "Mi lista negra", la mejor canción del álbum, y "Nada me da satisfacción", track que debió pertenecer a la exitosa generación de Raro -porque cuadra más en su psicología freak tan risible-. Después están los homenajes a su discografía en la reversión de "Me amo" y la estética sonora de "Doble identidad" (sí, ya sé, es redundante... me dí cuenta que hay otro tema que se llama "Bipolar", pero bueno, no es mi culpa), y el toque comercial para "El hijo de Hernandez" y "Razones" (cuyo estribillo pega en el palo del plagio a un tema de Cielo Razzo).
Cabe remarcar que a partir de "Mírenme", el disco se viene abajo en un brusco descenso tanto musical como lírico. Así quedan expuestas las mayores carencias del cuarteto, principalmente en la voz de Roberto Musso, que parece que por nada del mundo piensa salir de su modo tan convencional para cantar en la misma nota.

Casi como un espectro que quedó relegado a un tibio costado después del boom de su predecesor, Bipolar es un capítulo más en la calidad compositiva de letras rimbombantes y espectaculares, pero que no se ven apoyadas por una temática explotadísima que queda en jaque ante una bastante reprochable migración a géneros comerciales dignos de las apestosas cadenas televisivas que difunden la basura de hoy en día. Lamentablemente, estos buenazos quedaron atrapados en el huracán Mtv, que ya ha arrasado este rincón de la Tierra.


Calificación (del 1 al 10): 5

domingo, 4 de abril de 2010

Sin nombre

Te seguiré hasta la muerte

Tildar de drama con tintes de documental a la ópera prima del multipremiado Cary Fukunaga sería erróneo: más bien estamos ante un documental-ficción que se apoya en ciertos elementos dramáticos para contar una historia de vida impresionante, apoyada en un lujo técnico de esos que se ven pocas veces.
Los estudios que se encargaron del film son los mismos que ya habían apostado por las aclamadas 21 gramos, Traffic (ambas de Alejandro González Iñarritu) y The motorcycle diaries (Walter Salles en dirección y Robert Redford en la producción), por lo que está asegurada la calidad de la propuesta, sobre todo desde los aspectos fotográficos, sonoros y montajísticos.

Sin nombre despliega un realismo excelente, llevado a cabo a pesar de un flojo desempeño actoral. La emotividad y la contundencia con que se describe el bellísimo viaje épico emprendido por los protagonistas, y las circunstancias en las que se cruzan sus vidas, son los elementos clave de esta película, que fue premiada en todos los festivales en que fue exhibida.

Desde todos los ítems que uno pueda desglosar la historia de la cinta, se encuentran pocas deficiencias, solamente remarcando la ya mencionada pobre caracterización del reparto y el decaimiento de ciertos momentos de la trama por culpa de un excesivo condimento documentalista. El resto es pura adrenalina visual, sensibilidad, crudeza e invitación a la reflexión, sin dar respiro ni un segundo. Ideal para proyectar en clases de semiótica, por su tratado de las fronteras y la manipulación del lenguaje como forma de marcar límites (en el caso de los maras, a quienes se les saca una radiografía casi antropológica a modo de introducción), así como también por su tésis sobre las políticas de migración. Imperdibles las tomas de los paisajes en los diferentes países centroamericanos que se visitan, las escenas sobre el tren y los ritos de la tribu. El resto, más allá de la violencia desmedida que se utiliza en ciertas ocasiones -aunque no deja de ser un recurso más del director para detallar la historia-, es pura delicia sin desperdicio, con un guión sobresaliente.

En fin, es para ver, señoras y señores. Hasta ahora, el film del año.

sábado, 3 de abril de 2010

"POSADA Y MAUSOLEO": mi obra para el Directed By 4

Así es amigos, después de mucho tiempo sin entender cómo se manejaban las cosas en ese prestigioso concurso blogger (por disiparme las dudas, agradezco a Dialoguista), decidí entrar y participar, para difundir alguna obra de mi invención en este certámen que al parecer le gusta mucho a José Barriga jeje...
No, hablando en serio, José es el encargado de armar todo en esta cuarta edición, por lo que su labor merece un reconocimiento, espero que se lo demos entre todos después.

Una vez dichas todas estas cosas, me dispongo a presentar título, sinopsis, póster promocional y banda sonora de la que será mi representante novata en dicho concurso. Espero que les agrade, y sino, también haganmelo saber, porque esa es la idea.


Sinopsis:

Posada City, 12:00 hs. Mientras el micro-centro estalla en el caos cotidiano de la hora pico, la junta directiva de un organismo de seguridad social está en plena reunión, una madre y su beba pasean entre desconocidos, un oficial de la policía debe lidiar con un drogadicto, y un anciano campesino se prepara para un viaje de trámites desde el campo hasta la gran ciudad.


Les anticipo más o menos que la historia vendría a ser un drama social, que intenta ligar las vidas de cinco personas comunes y corrientes pero de diferentes sectores: el orden, el poder, la familia, y la siempre ignorada pero muy necesaria voz de la experiencia hablándole a la nueva generación, no sin las distorsiones típicas del discurso político. El contexto es sólo una excusa, aunque sirve para enmarcar una historia llena de miserias, verdades y satisfacciones propias de un cosmos ficticio pero compenetrado con una realidad que nos atañe a todos. Ojalá la entiendan como yo, y si no lo hacen espero que le den un sentido reflexivo, que es lo que pretende el guión.

Aquí les dejo un link para descargar el único track de la banda sonora, compuesta por quien les escribe y su sencilla guitarra.

Descargar Banda Sonora de "Posada y Mausoleo"


Tendrán más novedades, si así lo creo conveniente... jeje.

Saludos para todos! Felices Pascuas!

PM

viernes, 2 de abril de 2010

Daybreakers

Salgan al sol

Daybreakers
se presenta con una interesante y típica premisa sobre los ya muy explotados tópicos vampirezcos, aunque esta vez visto desde una perspectiva corporativista, correlato social y fuertes guiños al cine de clase B.

El núcleo desde el cual se construyen los personajes es bastante trillado, pero se rescatan las actuaciones de Ethan Hawke, Claudia Karvan, Sam Neill y en un lejano segundo puesto William Dafoe, aunque el personaje más interesante para analizar es el del hermano del protagonista (Michael Dorman), que escapa de los convencionalismos estereotipados en los que se apoyan los hermanos Spierig -directores y guionistas de esta obra-, para desenvolverse en un ir y venir constante entre las dos realidades que atañen a la situación planteada en el film.
Es así como nos encontramos con elementos de acción sofisticados para lo que acostumbran estas propuestas, como por ejemplo la escena de "la carnicería transformadora" de los minutos finales, o -tal vez la mejor escena de la película- la original "ejecución" a los híbridos por parte de los soldados que defienden esa entidad que suple sin cuestionamientos la posición gobernante en la estructura política tan bien jerarquizada a modo de alegórica crítica social en la trama (los hambrientos bajo tierra, los descentes en la superficie, y en el medio la adaptación a esa transición por la que se pasa ante el dilema de la cuestión).

Aquí no tendremos presidentes, sindicalistas, ni pobres desamparados, pero sí contaremos con un jefe de corporación bien maquiavélico (Neill), los que se revelan al sistema y el modo de vida (Hawke, Karvan y Dafoe), y finalmente los sedientos de sangre que desconocen los avances científicos que revelarían cuál es la cura (palo a los negocios farmacéuticos).

Más allá de los prototipos obvios en la formación del guión, las vueltas de tuerca "inesperadas" que aún así son muy predecibles, los típicos entes protagónicos para el desarrollo del film, y el hecho de que este servidor no quiere saber más nada de vampiros por unos años por culpa de una insistencia temática del 2009 que llevó al hartazgo, se pasa el rato viendo las secuencias de acción mencionadas, el buen maquillaje, las grandes dosis de hemoglobina y un justo metraje enmarcado en una pintoresca y correcta banda sonora. Lo único que queda por saber es qué llegará primero: el video juego o la segunda parte.

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